La conciencia abstracta temprana se revela en niños y niñas con alta capacidad intelectual como doble cara de una moneda. Por una parte, permitiéndoles comprender de manera aguda conceptos como la igualdad o la justicia. Por otra, haciendo su integración emocional más compleja debido a la maduración evolutivamente similar a la de sus pares no dotados.
En esa disincronía emocional, resultado de una comprensión abstracta avanzada y una regulación emocional y conductual aún en desarrollo, emerge como un tema de especial relevancia el perfeccionismo, tanto intelectual como emocional. La intensificación de la percepción cognitiva lleva a una mayor excitabilidad emocional, lo que plantea la pregunta de si este hecho puede conducir a disociación, represión o intelectualización de emociones y sensaciones en una proporción mayor a la población media.
Esto se extiende a la capacidad de abordar los problemas desde una perspectiva más intrincada. Ese “don cognitivo”, aunque potenciador en sí mismo, plantea muchos dilemas al interactuar con aquellos que no lo comparten.
La consecuencia de este proceso podría ser una familiar y constante sensación de cargo de conciencia, donde la auto atribución de responsabilidad por no poder resolver determinados problemas se puede volver abrumadora.
En este entorno emocionalmente intenso, nos cuestionamos un heurístico, probablemente conocido por casi todos, como un posible contribuyente a la sensación de diferencia en niños y posteriores adultos con alta capacidad intelectual:
El efecto bandwagon se refiere a la tendencia de las personas a adoptar las opiniones, actitudes o comportamientos mayoritarios sin reflexión completamente consciente. Este fenómeno psicológico se basa en la asunción de que lo que hace la mayoría es lo correcto, lo racional o lo deseable. Es la base de numerosos sesgos cognitivos al influir en diversos ámbitos de la vida social, y el deseo de pertenencia, la conformidad social, la economía cognitiva o la presión normativa son algunas posibles explicaciones de su aparición.
Planteamos por ello la pregunta de si este “efecto arrastre” o “efecto ola” sería responsable en parte de la sensación interna de diferencia que comparten muchas personas con ACI, y si esta dinámica podría estar motivando el enmascaramiento de sus características en situaciones sociales.
Las dinámicas entre personas son muy complejas y, por ello, el hecho de disponer de una potente capacidad metacognitiva (que considera infinitas posibilidades en tiempo real) no ayuda a adoptar medidas de encaje como generalmente ocurre. La modificación de las ideas propias o la simple aceptación sin cuestionamiento supone ir contracorriente de un pensamiento voraz e insaciable, lo cual suele resultar inviable.
Estas dinámicas no se limitan únicamente a las diferencias individuales, sino que también se arraigan en las interacciones. Por ende, es esencial recordar que la sensación de “subida al carro” social puede ser una experiencia compartida, y la verdadera divergencia radica en cómo cada individuo, con o sin altas capacidades, navega esas olas y construye su propia idiosincrasia.