Estereotipos y roles de género

Estereotipos y roles de género

Los estereotipos, arraigados en la sociedad y en el pensamiento colectivo, son elementos que influyen de manera sutil pero persistente en la vida de las personas. Estas creencias generalizadas y sesgadas simplifican la realidad y se aplican a grupos sociales diversos, afectando la forma en que las personas se perciben a sí mismas y se relacionan con los demás. Éstos no solo se forjan en la mente individual, sino que también se transmiten a través de la educación, el lenguaje, las ideologías y los medios de comunicación.
 
En este contexto surge la siguiente cuestión: ¿cómo inciden los estereotipos de género en la vida de las personas con altas capacidades? Para comprenderlo, es necesario adentrarse en las dinámicas sociales y psicológicas que subyacen a este fenómeno.
 

Los estereotipos son creencias compartidas, simplificadas y sesgadas, fruto de generalizar y simplificar la realidad. Se aplican a diversos grupos sociales, como por ejemplo hombres, mujeres o etnias para explicar o justificar sus atributos, características o comportamientos, e influyen significativamente en la forma en que las personas se perciben a sí mismas y se relacionan con los demás.
 
Desempeñan, desafortunadamente, un papel a menudo crucial en la construcción de la identidad y pueden ser replicados sin cuestionarse a través de la educación, el lenguaje, las ideologías y los medios de comunicación.
 

¿Cómo ocurre esto?

 
A grandes rasgos -en parte- debido a procesos psicológicos que permiten simplificar la realidad y destinar menos tiempo a considerar constantemente toda la información específica disponible (algo que, de producirse, consumiría muchos recursos cognitivos).
 
Además de estos procesos, podemos atender a la interacción interpersonal (fundamental para el desarrollo humano) ya que a través de ella las personas adquieren creencias, normas, valores, comportamientos y actitudes propias del contexto y de la cultura en la que se encuentran inmersos, mediante procesos de socialización.
Ésta incluye la noción colectiva de género, basada en diferencias biológicas y sociales e implicada en el modo en que las personas se comportan y desarrollan su identidad.
 
En este proceso de socialización, las personas adaptan su realidad a la expectativa socialmente aceptable sobre lo que significa ser hombres y mujeres adoptando un rol determinado -nos referimos en todo momento al binarismo puesto que es el sistema generalizado- , lo que da lugar a la construcción del género desde un marco social sistémico que mantiene su (des)equilibrio gracias la existencia de divisiones estrictas necesarias para alcanzar unos fines/subsistir.
 
Todo ello lleva implícita la interiorización de una forma de pensar y de actuar específica, especialmente relevante en casos de altas capacidades debido a la propia idiosincrasia de la condición.
 
 

Los puntos principales

 
A menudo, las expectativas de género pueden ser percibidas a través de un filtro que no coincide con el potencial, con la intensa sensibilidad u otras características de las personas con altas capacidades.
 
Los niños con alta capacidad, por ejemplo, pueden experimentar sentimientos muy negativos y baja autoestima cuando sus características definitorias, como la alta sensibilidad y emocionalidad, entran en conflicto con las expectativas tradicionales de masculinidad.
 
Las niñas, en cambio, pueden pasar la etapa infantil sin grandes problemas, ya que un marcado carácter o intensidad intelectual generalmente aún se considera aceptable en niñas pequeñas.
Este hecho se invierte con el paso a la adolescencia y juventud, donde son las chicas dotadas las que comienzan a sufrir con mucha más contundencia los roles de género.
 
Desde una edad temprana, los niños y niñas se comparan entre sí, y estas comparaciones se vuelven más precisas a medida que crecen. Aunque estos pequeños pueden tener conocimiento de la discriminación desde los diez u once años (e incluso antes), los estereotipos de género se consolidan durante la adolescencia, coincidiendo con un aumento en la importancia de las relaciones sociales -como exponíamos al principio-.
 
A lo largo de la historia y la cultura, se han establecido estereotipos y roles específicos para mujeres y hombres. La necesidad social de mantener al hombre en posición dominante requiere de ellos la amputación de la emocionalidad y la compasión. La necesidad social de mantener a la mujer en un rol sumiso para el mantenimiento de la homeostasis del statu quo requiere considerarlas menos intelectuales, competentes o capaces en ciertas áreas, lo cual se lleva a cabo apoyando y manteniendo los estereotipos. Ambos están diseñados para mantener una estructura social que solo beneficia a unas minorías.
 
La mayoría se adapta al rol en la adolescencia por supervivencia psicológica, desarrollando habilidades de enmascaramiento de la identidad realmente eficientes pero que a su vez la deforman, durante los años más importantes de la formación de la misma.
 
Entre otras cosas, esto ocurre porque cuando los comportamientos de las personas no se ajustan a las expectativas (roles) establecidas por el grupo, éste último se desestabiliza e intenta automáticamente restaurar el equilibrio. La persona que intentaba desvincularse enfrenta entonces -como mínimo- desaprobación social y rechazo, lo cual activa respuestas automáticas de miedo y la devuelve al comportamiento “aceptable” (como el resto de animales sociales, el ser humano suele percibir peligro en la separación del grupo).
 
Este hecho es especialmente negativo para las mujeres de alta capacidad, ya que la sociedad tiene establecido para ellas un itinerario que no suele incluir ni entender la intensa inquietud intelectual. Los obstáculos a menudo llevan a que algunas mujeres con altas capacidades oculten su habilidad, verbalizándolo como un sentimiento de contradicción entre una inquietud intelectual constante, la sensación de no ser capaz y una presión invisible pero aplastante para no exponerse intelectualmente debido a las normas sociales y culturales que han ido interiorizando a lo largo de su vida.
 
En conclusión, los estereotipos de género imponen barreras invisibles pero poderosas, también y especialmente a las personas con altas capacidades. Estas expectativas sociales arraigadas pueden llevar a la negación o distorsión de la verdadera identidad, lo que, a su vez, genera problemas significativos en su crecimiento y desarrollo.
Por eso, desafiar estos estereotipos es esencial. El conocimiento y la concienciación  puede ser una poderosa herramienta para transformar estas dinámicas y allanar el camino hacia la emancipación y la construcción de una sociedad más justa y diversa.

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